‘Esos malditos tangos’: Ricardo Horvath

Hay un escritor y periodista argentino, Ricardo Horvath (1936-2015), que ha escrito un libro ‘Esos malditos tangos’ hace unos pocos años, que vale la pena leer. Esos libros que hacen que la vida merezca vivirla.
Dice Horvath “Rodolfo Kusch, un intelectual “maldito” para el sistema, ha escrito que “los pueblos dicen siempre las mismas cosas, a través del mito, la música o la danza”. el tango es -sin duda alguna- esas tres cosas. Un mito, puesto que cumple con el requisito fundamental: origen oscuro, sin fecha cierta de nacimiento y en un lugar impreciso de la ciudad; asimismo muchas veces prohibido, censurado, asesinado, muerto de muerte natural, pero siempre renaciendo de sus cenizas. Música para escuchar con atención, para gozar, disfrutar, emocionarse; danza misteriosa, sensual, atractiva, llena de silencios compartidos”. (pág. 169)

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Recordando al filósofo argentino Vicente Rubino (Símbolos y arquetipos en la tragedia), Ricardo Horvath, transcribe: “… la #obra de arte no pertenece al #artista, ella se ha servido de él como de un instrumento intermediario, puesto que pertenece a una dimensión trascendente al #hombre, es suprapersonal: la obra de arte condensa sintéticamente lo universal en lo particular … La obra de arte, como el #sueño y el #mito, es la desembocadura de varios ríos que confluyen, es la finalidad manifiesta de las potencialidades creadoras del inconsciente, que se revelan en el poema, la música o la pintura…”
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(pág. 175) “Como sostiene Olvaldo Publiese en el diario Tiempo Argentino del 12 de julio de 1984, el tango “nació al calor de los trabajadores, en los barrios populares, en el paso de la aldea a la ciudad”. En su mayoría, tanto compositores como letristas tenían un origen humilde, de trabajadores y artesanos. Luis Labraña y Ana Sebastián certifican:”En su primera época el tango es más producto de músicos intuitivos que de músicos profesionales. Por ferroviarios como Domingo Santa Cruz, Agustín Bardi, Rafael Tuegols y Francisco Lomuto, a canillitas (vendedores de periódicos) como Francisco Canaro y Vicente Greco, a albañiles como Ricardo Brignolo y Juan de Dios Filiberto, a un pintor de carteles como Eduardo Arolas, el famoso Tigre del Bandoneón, o mecánicos como Maglio…”
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“En ninguna otra música se rememora nuestra historia y nuestro carácter como en el tango” le confiesa Susana Rinaldi a María Esther Gilio -interesante periodística y escritora uruguaya-, y sigue: “Yo no canto “El corazón al sur” porque sí. Cuando digo que tengo el corazón al sur estoy diciendo de dónde soy y por qué… Digamos que tomé conciencia política. Lo cual yo siento que es inevitable o imprescindible para un cantor popular… Yo pienso que todo lo que se dimensiona desde el escenario -y eso nos lo enseñaron los griegos- va directamente al corazón y a la mente de la gente”.
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(pág. 188) “La #masacre cultural de la dictadura militar y el menemato, sumada al caballo de Troya de las ‘industrias culturales’ del radicalismo y la Alianza, devastaron nuestra cultura e identidad, Acierta el director cinematográfico Federico Urioste (Hundan al Belgrano y Rebelión) cuando afirma que “Sin memoria no hay identidad, Y sin identidad otros escriben la historia por nosotros”.
Este reencuentro con el tango hay que observarlo por encima de la superficial mirada que tienen las autoridades gubernamentales, quienes entienden el tango como un mero souvenir para turistas o un negocio más, propio de la sociedad de consumo”.
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